Desapasionadamente tuyo

Relatos cortos, discusiones conmigo mismo, opiniones varias... y todo lo que quepa en unas pocas líneas y que demuestre que no estoy muy bien de la cabeza...

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martes, diciembre 20, 2011

Amigo Invisible

Después de mucho tiempo sin escribir nada en este blog, voy a colgar una pequeña historia que se me ocurrió para realizar un regalo de amigo invisible. La verdad es que no tenía ni la más remota idea de lo que podía regalarle a esa muchacha, y más con el límite de 10 euros que habíamos impuesto pero, como suele ocurrir con estas cosas, de repente un chispazo y la semilla de una idea: "Tiene un nombre que da juego, esta Mar Romero...". Lo que le regalé fue un pisapapeles con colorines azules y verdes, y una ramita de romero. Sin embargo, las historias tienen la capacidad de convertir lo común en extraordinario... y esta historia acompañaba a los regalos.

Querida Mar Romero:

Como no sabía qué traerte como presente, decidí regalarte tu nombre. Sin embargo, encontrar un nombre no es tarea fácil, así que decidí regalarte también la historia de cómo lo hallé.

Debes saber que, para los habitantes de una isla, no hay nada más fácil de encontrar que el Mar. Eso sí, capturarlo es harina de otro costal. Me acerqué a la orilla y traté de agarrarlo con las manos desnudas; cada vez que cerraba el puño pensando que era mío, el mar se escurría y se reía con el sonido de los guijarros arrastrados por la marea. Al poco, las gaviotas comenzaron a burlarse también de mí. Sin embargo, al ver que no cejaba en mi empeño, una de las gaviotas se compadeció y dejó caer un extraño guijarro a mi lado. Era negro como el carbón pero, al arañarlo involuntariamente, observé que la negrura no era sino una capa superficial. Froté y froté el guijarro con arena hasta tener en las manos una esfera perfectamente cristalina. La gaviota me sobrevoló de repente, asustándome y haciéndome soltar la esfera, que cayó al suelo justo cuando rompía una ola. Para mi sorpresa, la esfera atrapó lo que parecía un poco del mar en su interior, así que mantuve la respiración mientras una nueva ola rompía y llenaba de matices azules y verdes lo que había tomado por un guijarro.

Habiendo capturado el Mar, pensaba que el Romero sería más sencillo, pero me equivocaba. Dicen los viejos que el mejor romero es el que venden las gitanas, pues aleja el pesar y cura el desengaño; atrae la buena suerte y espanta el mal de ojo; aligera el corazón e incluso ayuda a ir bien de vientre. Acudí a una gitana anciana y mal encarada, de mirada taciturna y sonrisa engañosa, que molestaba a los transeúntes para que le compraran el que vendía “a cambio de su voluntad de ustés”.

“No tengo dinero”, dije a la gitana; “Pues yo de gratis no doy ná”, me contestó. Ante mi insistencia y contándole mi historia, la gitana me propuso un trato imposible, a sabiendas de que me daría por vencido y terminaría pagando: “Consígame tres cosas y el romero es suyo: el suspiro de la luna enamorada, el ruido del anochecer que no cesa y el vapor helado de la montaña más alta”. La gitana pretendía engañarme, pero no sabía que no era mi primer trato con los de su raza. Así que tomé tres botes y me lancé a la búsqueda confiado en mi suerte.

Para llenar el primero, me acerqué silencioso a una pareja de enamorados que se besaban tiernamente a la luz de la luna llena. En un descuido, entre beso y beso, la muchacha suspiró. Con presteza y sin dudarlo capturé el suspiro en el primero de mis botes, y huí tan rápido como permitieron mis piernas, lamentando profundamente haber roto el encanto de su pasión con mi intromisión marrullera.

El segundo acertijo fue bien sencillo. Al poco de alejarme de los enamorados escuché el sonido de la noche: un grillo negro y brillante lo emitía. Hice un par de agujeros en la tapa de mi segundo bote y cacé al sorprendido animalillo con premura.

El tercer acertijo requería más esfuerzo, pues hube de escalar el pico Teide; hogar, como todos saben, del demonio Guayota que, de cuando en cuando, atormenta a los canarios con sus bramidos y explosiones. Allá, en lo más alto, cuando el sol empezaba a adivinarse en el horizonte, hallé lo que buscaba: una pequeña estalactica formada con el agua del rocío y mezclada con los vapores de azufre con que Guayota sigue recordándonos su presencia.

Acudí raudo a dar con la gitana con mis tres botes. La gitana gritó de rabia y quiso maldecirme, pero todos saben que la maldición de una gitana no tiene ningún poder sobre aquél que le gana en buena lid. Así que, de mala gana, me dio el romero que escondía entre sus ropas, que no es sino el que acompaña esta nota.

Así que ya tienes tu nombre envuelto para regalo: el Mar que baña esta islita y que también baña, no tan lejos, al norte, tu Cádiz; el Romero de una gitana, que sigue maldiciendo por haber sido engañada; y la historia de cómo conseguí estos presentes, para que la guardes en tu memoria.

A.I.