Desapasionadamente tuyo

Relatos cortos, discusiones conmigo mismo, opiniones varias... y todo lo que quepa en unas pocas líneas y que demuestre que no estoy muy bien de la cabeza...

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miércoles, septiembre 26, 2012

La caricia del enamorado

- Es una caricia, una caricia de enamorado
- No, es un bofetón, casi diría que un puñetazo
El ojo morado no daba lugar a dudas. Ni la nariz, levemente desviada.
- Se equivoca, agente. Es una caricia. Él siempre lo decía: "son caricias, Flor, sólo que te amo tanto que no sé controlar mi fuerza"
- Entonces, ¿por qué le disparó en medio de la frente?
- Era un beso de amor, agente, un beso de amor para desearle buenas noches...

martes, diciembre 20, 2011

Amigo Invisible

Después de mucho tiempo sin escribir nada en este blog, voy a colgar una pequeña historia que se me ocurrió para realizar un regalo de amigo invisible. La verdad es que no tenía ni la más remota idea de lo que podía regalarle a esa muchacha, y más con el límite de 10 euros que habíamos impuesto pero, como suele ocurrir con estas cosas, de repente un chispazo y la semilla de una idea: "Tiene un nombre que da juego, esta Mar Romero...". Lo que le regalé fue un pisapapeles con colorines azules y verdes, y una ramita de romero. Sin embargo, las historias tienen la capacidad de convertir lo común en extraordinario... y esta historia acompañaba a los regalos.

Querida Mar Romero:

Como no sabía qué traerte como presente, decidí regalarte tu nombre. Sin embargo, encontrar un nombre no es tarea fácil, así que decidí regalarte también la historia de cómo lo hallé.

Debes saber que, para los habitantes de una isla, no hay nada más fácil de encontrar que el Mar. Eso sí, capturarlo es harina de otro costal. Me acerqué a la orilla y traté de agarrarlo con las manos desnudas; cada vez que cerraba el puño pensando que era mío, el mar se escurría y se reía con el sonido de los guijarros arrastrados por la marea. Al poco, las gaviotas comenzaron a burlarse también de mí. Sin embargo, al ver que no cejaba en mi empeño, una de las gaviotas se compadeció y dejó caer un extraño guijarro a mi lado. Era negro como el carbón pero, al arañarlo involuntariamente, observé que la negrura no era sino una capa superficial. Froté y froté el guijarro con arena hasta tener en las manos una esfera perfectamente cristalina. La gaviota me sobrevoló de repente, asustándome y haciéndome soltar la esfera, que cayó al suelo justo cuando rompía una ola. Para mi sorpresa, la esfera atrapó lo que parecía un poco del mar en su interior, así que mantuve la respiración mientras una nueva ola rompía y llenaba de matices azules y verdes lo que había tomado por un guijarro.

Habiendo capturado el Mar, pensaba que el Romero sería más sencillo, pero me equivocaba. Dicen los viejos que el mejor romero es el que venden las gitanas, pues aleja el pesar y cura el desengaño; atrae la buena suerte y espanta el mal de ojo; aligera el corazón e incluso ayuda a ir bien de vientre. Acudí a una gitana anciana y mal encarada, de mirada taciturna y sonrisa engañosa, que molestaba a los transeúntes para que le compraran el que vendía “a cambio de su voluntad de ustés”.

“No tengo dinero”, dije a la gitana; “Pues yo de gratis no doy ná”, me contestó. Ante mi insistencia y contándole mi historia, la gitana me propuso un trato imposible, a sabiendas de que me daría por vencido y terminaría pagando: “Consígame tres cosas y el romero es suyo: el suspiro de la luna enamorada, el ruido del anochecer que no cesa y el vapor helado de la montaña más alta”. La gitana pretendía engañarme, pero no sabía que no era mi primer trato con los de su raza. Así que tomé tres botes y me lancé a la búsqueda confiado en mi suerte.

Para llenar el primero, me acerqué silencioso a una pareja de enamorados que se besaban tiernamente a la luz de la luna llena. En un descuido, entre beso y beso, la muchacha suspiró. Con presteza y sin dudarlo capturé el suspiro en el primero de mis botes, y huí tan rápido como permitieron mis piernas, lamentando profundamente haber roto el encanto de su pasión con mi intromisión marrullera.

El segundo acertijo fue bien sencillo. Al poco de alejarme de los enamorados escuché el sonido de la noche: un grillo negro y brillante lo emitía. Hice un par de agujeros en la tapa de mi segundo bote y cacé al sorprendido animalillo con premura.

El tercer acertijo requería más esfuerzo, pues hube de escalar el pico Teide; hogar, como todos saben, del demonio Guayota que, de cuando en cuando, atormenta a los canarios con sus bramidos y explosiones. Allá, en lo más alto, cuando el sol empezaba a adivinarse en el horizonte, hallé lo que buscaba: una pequeña estalactica formada con el agua del rocío y mezclada con los vapores de azufre con que Guayota sigue recordándonos su presencia.

Acudí raudo a dar con la gitana con mis tres botes. La gitana gritó de rabia y quiso maldecirme, pero todos saben que la maldición de una gitana no tiene ningún poder sobre aquél que le gana en buena lid. Así que, de mala gana, me dio el romero que escondía entre sus ropas, que no es sino el que acompaña esta nota.

Así que ya tienes tu nombre envuelto para regalo: el Mar que baña esta islita y que también baña, no tan lejos, al norte, tu Cádiz; el Romero de una gitana, que sigue maldiciendo por haber sido engañada; y la historia de cómo conseguí estos presentes, para que la guardes en tu memoria.

A.I.

viernes, mayo 11, 2007

Tecnodoñas

Eso de que la sabiduría se adquiere con los años es mentira. La sabiduría es patrimonio exclusivo de las señoras que hay en una sala de espera. No sé si es el aburrimiento el que provoca que sus neuronas se rebelen y creen nuevas conexiones a un ritmo endiablado. El asunto es que, repentinamente, una mujer con un traje de flores, zapatos en fuera de juego y oro como para refundar el Egipto de los Faraones se lanza con un análisis detallado de la técnica del oleo que decora la pared. Entiendo que sepa de pintura: lo que lleva en la cara no sé bien si es acrílica o pintura plástica, pero es evidente que se ha dado varias capas antes de salir de su casa. Pero, ya ves tú, la mujer, impasible, desglosa las características de las pinceladas del pintor cual crítica de arte. Entonces se produce el famosísimo efecto llamada: el resto de señoras de la sala resultan tener también un excelente ojo crítico para el arte. Vale, lo de la primera señora cuela, pero ¿el resto? ¿Es algún tipo de virus? ¡Pues qué raro! Porque a mí no me ha afectado: sigo viendo dos loros de mierda pintados con colores chillones.

Y son únicamente las señoras. Sí, seamos realistas, los caballeros que se tienen que aguantar en una sala de espera no comenzarán una conversación por su propio pie (o lengua en este caso). Parece como si las señoras (llamémoslas "Doñas" de ahora en adelante, ya que la precisión en los nombres es fundamental) no tuvieran esa vergüenza inicial, y natural, que azota al resto de los mortales ante una sala llena de desconocidos. Cualquier ser humano buscará la forma de pasar el aburrimiento con la primera revista que encuentre o mirando a las insistentes moscas tratando de partir la ventana a cabezazos para huir de la sala. Sin embargo, una doña tiene un plan al llegar a una sala de espera. Primero utilizará su sistema de escáner avanzado para localizar otras doñas susceptibles de ser embarcadas en conversaciones interminables. Luego hablará del tiempo, el tema por excelencia. ¡Qué sería de una sala de espera sin hablar del tiempo! Además, el tiempo tiene la ventaja de que puede encaminarse hacia todos los terrenos cenagosos que se desee: ¿quieres hablar de alergias? Nombra el tiempo seco, cargado de polvo, o la excesiva humedad. ¿Te apetece una conversación sobre desgracias? Ahí tienes las últimas inundaciones o sequías. No hay conversación que no pueda ser revitalizada con un poco de isobaras, borrascas y anticiclones.

Pero aquí no acaba la cosa. Últimamente las doñas se están tecnificando. Lo normal, lo esperado, lo natural... es que una doña te eche una mirada de reprobación mientras dice cualquier frase del tipo: "en mis tiempos sí que los jóvenes eran responsables" o "pues para eso yo no iba al médico; un poco de ruda y...". Pues las cosas están cambiando. Hoy puedes encontrar a un grupo de doñas hablando perfectamente y con total "conocimiento de causa" de, por ejemplo, los teléfonos móviles. En este campo es donde las doñas pueden alcanzar la cima de sus perlitas de sabiduría. Valga como ejemplo esta conversación (verídica):

Doña A: Pues yo el móvil lo llevo siempre conmigo.

Doña B: Yo al salir de casa lo cojo siempre... ¡ya es como los zapatos!

Doña A: Sí, pero hay que saber usarlo. El otro día, una amiga mía me llamó con su móvil porque me dijo que le salía más barato, pero yo la oía fatal. Entonces le pregunto: "¡Muchacha! Pero, ¿tú le has cargado la batería al móvil?". Y me dice ella: "No". Pos normal que se le oyera más bajito... Eso sin batería - COMO TODO EL MUNDO SABE - se oye más bajo.

¿Quién quiere un manual de instrucciones teniendo una de estas "Tecnodoñas"? En fin... espero volver pronto a la sala de espera a ver si alguna me explica cómo configurar el router inalámbrico de casa.

sábado, julio 15, 2006

En mis sueños (primera parte)

La conocí una noche. Con esta tópica frase podría comenzar el relato de cualquier historia de amor. La mía es distinta. Sí, la conocí una noche, pero no en un bar, ni en un parque, ni en mi trabajo nocturno. De hecho, yo estaba durmiendo en mi cama. Roncando, me imagino. ¿Qué cómo pude conocer a una chica mientras dormía? Muy fácil. Ella apareció allí... en mis sueños. Estaba en un bar que era igual que el "Poty's", donde paso mis noches de integración con el alcohol. Bueno, tal vez no era igual. Creo que en un momento determinado el cuarto de baño era el del piso de mi prima Dolores. Pero son sueños: los objetos son difusos, los límites temporales y espaciales se mezclan y se barajan como un gran mazo de cartas. Ella no. Ella, que acariciaba la barra con indiferencia (¿o era ese viejo mueble del piso de Dolores?), con sus manos esquivando delicadamente los pequeños charquitos de agua condensada que se formaban al contacto con las bebidas frías... Ella era pura nitidez.

Tenía una belleza silenciosa. No llamaba especialmente la atención, pero si parabas los ojos más de dos segundos en su figura te dabas cuenta de que era increiblemente bella. Su pelo, rubio con incrustaciones de cobre, se deslizaba sobre sus hombros con la sutileza de la seda. Tenía los ojos claros, de un verde cálido con pecas castañas. Y una sonrisa... Descarada, pícara, pero sincera y acogedora. Era delgada y no demasiado alta, es decir, perfecta para mí que prefiero las "pequeñas y manejables". Llevaba un conjunto de color claro, pero no soy un gran aficionado a la moda, así que no me fijé demasiado en sus prendas. Prefería adivinar la melodía corporal que palpitaba debajo: un busto no muy generoso, pero deseable como una colina para un batallón de tropas de élite; un vientre en el que un hipnótico ombligo atrapaba tu atención; y unas caderas deseosas de ser agarradas.

No nos dijimos nada. Lo bueno de los sueños es que la lógica no domina sus avatares. Simplemente nos miramos y sentí el deseo urgente de tocarla y besarla, más que nada para saber que era real... ¡qué ironía! Pero en mi sueño sí era real y cuando sus dedos rozaron los míos, así con fuerza su mano y mi corazón vibró como un diapasón. Me enamoré. El escenario del sueño cambió. Estábamos en un piso con unos amigos suyos a los que yo no conocía y nos estábamos despidiendo. Ella cogida de mi mano... o más bien yo agarrado a mi fantasía con un miedo atroz a verla desaparecer sin más. Yo acercaba mi boca a sus labios pero ella, con un recato que la hacía aún más deseable, me impedía conseguir mi objetivo y me sacaba, desposeido de toda voluntad de aquel lugar. No me importaba no haberla besado. Sabía que ella lo deseaba tanto como yo, sólo que allí era incómodo. ¿Tal vez le resultaba violento en presencia de sus amigos porque ellos conocían a su antiguo novio? Estaba suponiendo demasiadas cosas y todavía no había intercambiado una palabra con ella. Pero no eran suposiciones, yo lo sabía, como uno suele saber las cosas en los sueños o genera recuerdos falsos para acompañar a su fantasía.

Salimos de aquel piso y estábamos en medio de un parque. Solos. Atardecía y sólo se oía el silencio. Nos miramos. Me entretuve en contarle las pintas de color de una almendra que salpicaban sus ojos brillantes de deseo. Solté su mano y rodeé sus caderas. No podía dejarla escapar. Su pecho subía y bajaba mimetizando el ritmo de mi respiración. No quería cerrar los ojos hasta que nuestros labios se sellaran mutuamente por si la perdía por el camino. De repente, un molesto pitido agitó los árboles como un huracán... y abrí los ojos en mi cama con el despertador tronando en mi cabeza. Por un instante me aferré la almohada como si representara el sueño que acababa de tener. Intenté fijar su imagen en mi mente pero fue inútil. La inexorable realidad me arrebató su perfume y me dejó sobre las sábanas con mi corazón misteriosamente vacío.

domingo, mayo 14, 2006

Pelos

Desde que se pusieron de moda esas películas de miedo japonesas hay varias cosas que no puedo ni ver del susto que me dan: Los niños chinos, sobre todo si tienen los ojos grandes; las niñas chinas, a menos que tengan las tetas grandes (vaya, me traicionó el subconsciente); y los pelos... más que ninguna otra cosa, los pelos... en la ducha.

Y es que me dan mucho miedo. Paso más miedo que Espinete con una caja de condones; más miedo que Olivia cuando Popeye llegaba a casa con ganas de marcha y tres latas de espinacas arriba; más miedo incluso que Zapatero cuando se enteró de que no era una broma de Bono lo de que había ganado las elecciones e iba a gobernar España.

Conozco la historia de un chaval que estaba dándose un baño, se le enredaron los pies con los pelos que habían quedado por fuera del tapón, y murió ahogado tratando de zafarse de tanto pelo. Es verdad: se lo contó a un amigo mío el cuñado de una prima segunda suya que una vez conoció a la hermanastra del panadero del implicado.

Con tanto pelo, parece que vas a empezar a jalar y vas a sacar una cabeza y todo. Sé de un amigo que tirando de los pelos sacó casi 5 kilómetros de cabellera. Se hizo empresario y comenzó a vender pelucas de pelo natural con "efecto mojado".

Las muchachas se quejan de nuestras tapas levantadas en el váter... ¿Pero es que no han visto sus pelos? Porque seamos realistas: los pelos son de ellas. Yo lo sé más que nadie, que estoy más pelado que el del gordo de navidad. Así que esos pelos no pueden ser míos. Si miden más de 1 cm. quedan descartados de inmediato. De hecho, el otro día encontré unos pelos rubios en la ducha, así que aún más claro que no son míos... un momento... ni de mi mujer... ¡Van a ser del jodido electricista que me encontré el otro día en casa! Poniendo un enchufe... ¡Los cuernos es lo que me estaba poniendo! ¡Me va a oir bien claro! ¡Encima tiene la cara de ducharse! ¡Cómo se le ocurra volver a mi casa y no quitar los pelos cuando termine le voy a decir cuatro cosas!

sábado, febrero 11, 2006

Antes de aterrizar (Segunda parte)

Tras la petición no hubo más explicaciones. Tampoco parecían muy necesarias dada la naturalidad y claridad de la petición. Decir que Luis esperaba esa respuesta era poco menos que imposible. Probablemente tenía la boca abierta y él era consciente de ello. También era casi seguro que el color de sus mejillas se enrojecia al mismo ritmo que sentía aumentar la temperatura de su rostro. Los tímidos son así, y pese a que su confianza había ido creciendo con la conversación, no podía renegar de su naturaleza. De cualquier manera, el desafío era considerable incluso para alguien con más seguridad que Luis.

- ¿U...un b...beso?

- Sí, un beso.

María había borrado el tono divertido de su mirada para demostrar que no bromeaba. La picardía sí que seguía allí, y tal vez aquel otro matiz. Pero Luis no estaba para análisis psicológicos de la mirada. Optó por el camino sencillo: hacerse el loco.

- Ya te di un beso antes... de hecho, dos. Pero si te empeñas...

- No, no me refiero a ese tipo de besos.

No podía estar más claro. Optó por el camino patético.

- ¿Pues entonces qué? ¿Un beso en la frente? ¿Un beso de caballero en la mano de la dama? ¿Un beso esquimal con la nariz...?

Ella río pero a Luis no le parecía tan divertido. Quizás otra clase de tío hubiese agarrado a la chica y le hubiese plantado un beso sin inmutarse. Luis no era esa clase de tío. Luis no iba morreándose con la primera chica guapa que se le insinuaba, quizás porque nunca se le había insinuado una chica guapa, pero quizás también porque en su mente, educada según preceptos que a más de uno le parecerían retrogrados, no había lugar para un morreo por la cara... Vale, es mentira. Simplemente era cobardía, inseguridad y una contínua sensación de "me están tomando el pelo". María volvió a tomar las riendas.

- Sabes que no me refiero a esa clase de beso. Quiero un beso de verdad, un "morreo". Como si nunca fuéramos a aterrizar y éste fuera el último beso de tu vida; un beso de pasión; un beso que sabes que no se va a repetir jamás porque jamás nos volveremos a ver.

- Bueno, afirmar que no nos volveremos a encontrar es un poco dramático. Madrid es grande, pero mayores casualidades he visto.

- Vale, en cualquier caso quiero beso. - El leve aire dramático que María le había dado a sus palabras anteriores se vio totalmente desplazado por el tono divertido y pícaro que había estado allí el resto de la conversación.

Luis respiró hondo. Realmente tenía la excusa perfecta para no besarla pero, ¿quién no querría besarla? Era fácil. Aún quedaban casi dos horas de vuelo. Además, sincerándose consigo mismo, a
Luis le halagaba. ¡Claro que le halagaba! ¿Quién no iba a sentirse en la cima del ego ante la petición de un beso surgiendo de los labios de la chica más hermosa del mundo? Pero Luis decidió alargar su propio sufrimiento.

- Centrémonos. - Menos centrado, Luis podía estar de cualquier manera - Quieres un beso.

- Sí.

- Y no un beso cualquiera, sino un beso apasionado.

- Sí, lo vas entendiendo - río María.

- Y... ¿le pides un beso a todo el que se sienta a tu lado en un avión cuando le notas algo interesante que no sabes explicar?

- Sí, básicamente sí.

- ¿Y no lo encuentras un poco extraño? - Luis comenzaba su desesperado ataque final.

- Pues no. - Punto para María. Ni una pestaña se le había movido al responder.

- Pues yo... un poco... ¡si!. No nos conocemos de nada, yo no tengo nada de especial, tú eres como una semidiosa y estamos en un avión, no en una cita del "Club Amor"... ¿Por qué quieres un beso MÍO?

- ¿Y qué importa? - María asistía entre divertida e impaciente a las inútiles súplicas de Luis.

- Pues puede importarle por ejemplo a mi novia. No creo que le hiciera mucha gracia. - Luis acababa de gastar su último cartucho. Y no era de fogueo. Su novia, Susana, era la persona más especial del mundo para Luis. Compartían gustos y aficiones, le entendía como nadie y, sobre todo, se lo pasaban muy bien juntos, incluida su vida sexual. Realmente Luis no podía quejarse de su relación y adoraba a Susana.

María sin embargo no pareció inmutarse ante la aparición de este nuevo hecho.

- Tú sólo dame un beso. No quiero nada más. No voy a ir después detrás de ti ni esto quiere decir que me haya enamorado o que te encuentre especialmente atractivo... Sólo quiero un beso. Y te lo devolveré con toda la pasión de la que sea capaz porque, mientras nos estemos besando, ese beso lo será todo. No importarás tú, ni yo,ni el avión, ni tu novia, ni quién eras antes ni quién serás después. Sólo el beso; saber que por unos segundos el mundo es tuyo porque tienes todo lo que puedes necesitar en ese momento.

María hablaba con tal vehemencia y pasión que desarmaba a Luis. Se quedaron mirándose fijamente una eternidad. Luis intentó escapar del hechizo:

- ¡Nooo! Mira, no puede ser. No puedo hacerle eso a mi novia.

- Tu novia nunca lo sabrá y además es EL momento. ¿No me besarías si supieras que estos iban a ser nuestros últimos minutos sobre la faz de la Tierra? ¿No querrías concederme ese último deseo? ¡Pues vive el ahora como si fuera el último ahora! ¡Disfruta de estos minutos porque jamás... sí, jamás, se volverán a repetir!

Luis había aguantado mirándola a los ojos mientras decía todo esto y tenía que reconocer que el aplomo, la pasión y la sinceridad de María le dejaban sin argumentos. Además, casi imperceptiblemente, con movimientos felinos, la mano de María se había acercado a la de Luis. Él notaba SU calor cruzando la milimétrica capa de aire que separaba sus dedos. Notaba también que ya no llevaba el control del ritmo de su propia respiración, sino que ésta se había amoldado al implacable compás de la respiración de María.

Luis se acercó un poco a ella, y ella le regaló la sonrisa más maravillosa que él hubiese podido ver nunca. Él entrecerró los ojos y ella le imitó. Cuando sus labios se tocaron al fin captó Luis por primera vez esa timidez sólo intuida en ella de manera muy sútil. Pero la timidez se volcó rápidamente en frenesí, y la lengua de María se abrió paso hasta su boca, con cuidado al principio y como un animal sediento de él después.

Y tenía razón María: el beso lo fue todo, no hubo él ni ella, ni avión, ni Susana, ni pasajeros, ni mundo... Y tenía razón María: la prensa, al día siguiente se hacía eco de la misteriosa explosión de un avión en pleno vuelo, rumbo a Madrid.

Antes de aterrizar (Primera parte)

Ella estaba mirando por la ventanilla del avión con ese aire de suficiencia que sólo favorece a las chicas realmente guapas. Su pecho se movía con cadencia de canción lenta bajo su sueter rojo y su pelo se deslizaba sobre los hombros con un brillo cobrizo. El mismo brillo se adivinaba en sus ojos, pero en esta ocasión era debido a las motas verdosas que jugueteaban entre el castaño de su iris.

Él no notó el ligero desacompasamiento en la respiración de la chica cuando colocó su equipaje en el portabultos justo encima de su asiento. Realmente, no tenía nada de extraño que no notara nada: no estaba acostumbrado a causar reacciones en nadie. Se consideraba normal... tirando a feito: hombros caídos, flaco, alto aunque no tanto (rozaba el metro ochenta), cara estropeada por un virulento acné juvenil... Lo único que consideraba medianamente aceptable de su fisonomía eran sus ojos, de un gris no muy habitual; sus ojos, que expresaban todo lo que sentía, a veces de manera demasiado evidente.

En cualquier caso, ella ocultó bastante bien su momento de debilidad y continuó mirando por la ventanilla como si tal cosa mientras él ocupaba el asiento de al lado. Un ojo atento se hubiese percatado del brillo felino que trataba de ocultar con su aparente indiferencia. No bien se hubo sentado una voz entre pícara y sedosa se presentó:

- Hola, me llamo María, ¿y tú?

Mentiría si dijera que no se había fijado en ella. Al mirar el número de asiento y comprobar que su compañera iba a ser aquella más que atractiva mujer, no pudo disimular su alegría.

- "Al menos me amenizará el viaje contemplarla" - había pensado, pero el saludo le había dejado completamente descolocado.

- Ehm... ¿perdona?

- Digo que me llamo María, ¿cuál es tu nombre?

- Luis. Encantado. - Y automáticamente le dio los dos besos de rigor ante una nueva amistad. Podía estar desconcertado pero las mínimas costumbres sociales estaban demasiado arraigadas en él. Luis podía ser algo tímido pero era también extremadamente curioso... y a fin de cuentas era ella la que había iniciado la conversación - ¿Saludas a todos tus compañeros de viaje? ¿O acabas de inaugurar esta bonita costumbre?

Ella río, sinceramente. Y esta risa le hizo ganar muchos puntos a los ojos de Luis.

- Pues sí: suelo saludar a todos mis compañeros de viaje... - y aquí hizo una pequeña pausa y en sus ojos refulgió unos grados más el verde juquetón - siempre que se trate de personas a las que me interese saludar.

Mientras hablaba, miraba a Luis fijamente a los ojos. A Luis le imcomodaba y le hacía bajar la mirada a intervalos regulares. Pese a todo, tuvo que reconocer que no había burla en esa mirada, sólo un evidente tono divertido y algo de picardía, y quizás... ¿acababa de captar un atisbo de inseguridad? ¡Imposible!

- ¿Y puedo preguntarte por qué me incluyes en la categoría de personas que te interesan? - La curiosidad de Luis le dotaba de arrojo - Al menos para saber si debo preocuparme.

- ¿Preocuparte? - ésta le había desconcertado, no era invencible.

- Se me ocurren mil razones para que te fijes en una persona. Lamentablemente, al menos 900 no son muy favorecedoras. ¿Llevo la bragueta abierta o quizás restos de lechuga en los dientes?
Ella volvió a reir con energía y cuando reía su pelo parecía ir un poco más despacio que el resto de su cuerpo, con un hipnótico balanceo.

- ¡Nooo! Tranquilo, no es por nada malo. Podría darte muchas razones pero al final es algo extremadamente subjetivo. Depende de muchos factores: la edad, el sexo, la forma de andar, la forma de buscar el asiento...

- Ah... ¿pero hay formas de buscar un asiento?

- Por supuesto - Y comenzó a recitar como si se tratase de una lección bien aprendida - Está quien lleva el resguardo delante de su nariz y se para frente a cada número de asiento. Luego, con una estupida e innecesaria cara de esfuerzo mental, compara su número con el que está escrito sobre el asiento. Da igual que el suyo sea el 50 y vayan por el 5: ellos van a pararse en cada maldito número... ¿No saben contar? Tenemos también a los que revisan su resguardo cada par de asientos: estos saben contar, pero tampoco demasiado bien. Por último tenemos a los que no llevan su resguardo a la vista y se dirigen con seguridad a su sitio, como si conocieran el avión al dedillo...

- Eso lo hago yo - rió Luis - Pero no creo que tenga nada de especial. Aparte de indicarte que esa persona puede memorizar un número de 2 o 3 cifras y una letra, no le veo nada meritorio.

Ella se encogió de hombros:

- Ya te lo he dicho, es muy subjetivo. Si a eso le sumas otras cosas vas sacando tus conclusiones.

En ese instante, las azafatas comenzaron su rutinaria explicación de las posibles maneras de morir en un avión, en esa especie de obra gestual que, pese a su funestas implicaciones, dejaba a la audiencia totalmente indiferente.

Luis y María aprovecharon para hacer una pequeña tregua en su improvisada charla. Luis seguía
desconcertado pero, ciertamente, no le importaba demasiado. Aparte de guapa, la chica le parecía inteligente y simpática, así que no tenía de qué quejarse. María volvió a mirar por la ventanilla mientras el avión se ponía en movimiento.

Fue María la que retomó la conversación tal como la había comenzado: por sorpresa justo cuando el avión comenzaba a enderezarse.

- ¿Entonces no sientes curiosidad acerca de PARA QUÉ me interesan mis vecinos de asiento?

Luis despertó de su ensimismamiento un tanto bruscamente. Nuevamente le pillaban con la guardia baja pero se recompuso lo mejor que pudo para responder rápidamente:

- Pues claro que sí, ¿para qué te interesan? Y en este caso concreto, ¿para qué te intereso yo?

- Quiero que me beses antes de que este avión aterrice.

viernes, diciembre 23, 2005

El coleccionista

¡Hola! Sí, pase, pase... por favor. Tome asiento. Disculpe el polvo de la casa. La señora que suele venir a limpiar está enferma esta semana y los trabajos de la casa no son lo mío... jajaja. Sí, vieja escuela supongo. No me ha dicho su nombre... ¡Ah! Encantado. ¡Pues ante usted está don Juan Carlos Pérez Estévez! Sí, como el rey, jajaja. Todo el mundo dice que me parezco a él en el carácter pero en la edad me falta un poquillo para alcanzarle. Vadeando los 60 estoy... ¡pero como una rosa! Reconozco que me gusta la vida sana: no fumo, no bebo, como de manera equilibrada e incluso puedo decir con orgullo que aún corro 5 kilómetros todas las mañanas. Con mujeres sí que ando, jajaja, pero es que eso ¡es un buen ejercicio! jajajajaja.

Oh, sí, disculpe, ¿quiere tomar algo? Mi amigo Vicente dice que preparo uno de los mejores cafés que ha probado en su vida, ¡y tiene casi 80 años! Un momento...

¡Ya estoy aquí! Está delicioso, ¿verdad? Bien, bien... sigamos hablando. ¿Mis aficiones? Por supuesto, ¡tengo dos colecciones impresionantes! Sí, la modestia no es mi fuerte, jajaja. Sígame al salón. ¿Ve aquel mueble en la pared de la derecha? Efectivamente, esa es mi famosa colección de relojes de pulsera. Asombrosa, ¿verdad? Son realmente preciosos. ¡Pero vamos hacia allí! ¡Permítame que se los enseñe!

¡Por supuesto! No son muchos, pero cada reloj es muy especial. ¿Ve?, cada uno con una etiqueta con el nombre de su antiguo dueño. Todos eran magníficas personas. De hecho, el único motivo por el que un reloj entra en mi colección es que su dueño sea una excelente persona, un ciudadano ejemplar, fuera de lo común... Sí, todos funcionan... bueno, al menos los que tengo en la vitrina. Cuando uno de estos relojes comienza a fallar lo llevo urgentemente al relojero más cercano, normalmente Santiago. Santiago es un buen amigo mío y generalmente le acompaño mientras arregla el reloj, hablando de los viejos tiempos. ¡No se engañe! No le acompaño sólo por amistad, también quiero comprobar que no trate de sustituir ninguna pieza de la maquinaria del reloj. ¿No lo sabía? ¡Los relojes de pulsera tienen alma! Y si se sustituye alguna pieza, el reloj ya no es el mismo. Por eso, si la reparación requiere cualquier cambio en su maquinaria, me llevo el reloj y lo guardo en mi "cementerio de relojes"... sí, el cajón justo debajo. ¿Ve? Tengo unos pocos relojes ahí.

¿Obsesión? ¡Qué va! Cuido mis relojes y realmente no paro hasta conseguir el último reloj del que me he antojado... ¡pero soy muy paciente! En primer lugar, porque tengo que asegurarme de que el dueño sea merecedor de que su reloj esté en esta vitrina. Se lo he dicho: debe ser una persona excepcional. Mire éste: "Juana Dolores González Duque". ¿Conoce el nombre? ¿Sí? ¡Perfecto! Entonces sabrá que era pensionista, pero que dedicaba más de la mitad de su pensión y, aproximadamente, tres cuartos de las horas del día al comedor de indigentes de la calle Ascanio y Rosas. Su reloj conserva toda su bondad y toda su dedicación... ¿No lo nota?

¿Qué hora es? ¡Oh!, ¡qué tarde!, ¡pero muy bonito su reloj! De nada. Acérquese, le contaré un secreto: el alma del reloj es el alma de su dueño. ¡Sí, como lo oye! ¿No le parece asombroso? ¡Pero es cierto! Por eso tengo la segunda colección enterrada en el jardín de detrás de la casa. Toda esa pobre gente, al perder su reloj, ¡se queda sin alma! Pero no se preocupe, unas gotas de cianuro en un café como el que acaba de tomarse son suficientes para evitarles una vida de sufrimiento sin alma. Por cierto... ¿no le he dicho que me parece usted una excelente persona?